Gerardo Santana, un anciano con parte de la pierna derecha mutilada, una especie de prótesis en mal estado y la otra inflamada.
A Gerardo Santana, un anciano con parte de la pierna derecha mutilada, una especie de prótesis en mal estado y la otra inflamada, la indigencia terrible en la que vive no le ha despojado del buen humor, ni lo ha lanzado a pedir. Está en la avenida Máximo Gómez, en la acera de la estación del Metro, próximo a la John F. Kennedy, donde sobrevive vendiendo chucherías, como pinchos a los transeúntes. Lo dice sin remiendos y sin miramientos: “Me estoy tragando un cable.

No tengo nada, mijo, solo quiero que alguien me ayude, aunque sea con un rancho”. Mira al periodista, a quien antes ha referido que vive en la casa de un compadre en el kilómetro 14 de la autopista Duarte. No tiene familia. Se crió e hizo vida juvenil en los barrios de la capital y aunque parece lúcido, al preguntarle la edad, responde: “Yo me quedé en los cuarenta años. Pon ahí cuarenta años”.

Aunque ciertamente está sobre los setenta. El sol lo tiene tiznado y luce una barba que una vez fue blanca y que va en transición entre lo gris y amarillo, y mientras habla se recuesta un poco de las barandas de la pared del Estadio Olímpico, para guarecerse sol, que al parecer ha salido con una manguera de fuego a la calle también a quemarle la vida.

Se mueve de un lugar a otro en ese trecho de las avenidas Máximo Gómez y aclara que no solo trata de vender sus chucherías a quienes se desplazan a pie, sino a quienes van montados en los carros del concho e incluso de vehículos privados. Y hace otra aclaración para enfatizar que necesita ayuda: “A mí me encuentran aquí, en este pedazo, no paso de aquí”, y señala la Kennedy y la 27 de Febrero.

 Sobre sus quebrantos de salud, tendido en la acera y mostrando lo que alguna vez fue una prótesis, envuelta en trapos sucios, dice: “Esa pierna se me jodió cuando un carro me chocó. Tengo la pierna mocha y la otra también jodía después del mismo golpe. Choqué en un motor que tenía”.

Cuando mira se exaspera, hastiado de preguntas: “Yo lo que quiero es que si alguien me va ayudar lo haga rápido, y me puede encontrar en este pedazo”. Dice que no vende chucherías sino “productos de fantasía” y a la hora de hablar con el periodista se queja de que hace unos días le robaron las muletas.